Alvaro Salvador
NOCTURNO DE NUEVA INGLATERRA
Toda una historia, un alma se te muestran
Ahí, y las piensas hermosas,
Hechas de recatada confianza en lo sabido,
De respeto sin miedo en lo ignorado,
Viendo tratar así los pobre muertos
que recuerdo impotente son tan sólo.
(Luis Cernuda)
Oigo el rumor del viento restregarse
contra los abedules y los arces,
en esta noche oscura, desolada,
noche de insomnio lejos de mi tierra.
Ha nevado de nuevo y habrá nieve
mañana. Siempre hay nieve dormida
sobre otra nieve muerta en primavera,
en esta primavera de otro mundo.
El viento arrastra ruidos del pasado,
melancólicas voces que no atiendo
como ayer atendí. Me inunda en cambio
un dulce olor a rama de canela
y a madera de arce perfumada.
Bajo los álamos que escoltan mi ventana
hay nieve, sí, pero también memoria,
memoria que es desvelo de los vivos:
el cementerio extiende sus leyendas
desde mi casa hasta la barranquera.
Mañana, cuando la noche ya no esté,
no sea la noche oscura ni temida,
ascenderé la cuesta del silencio
entre las tumbas frías y serenas.
Inmóviles, debajo de la nieve,
más allá de las noches y los días,
las tumbas nos señalan lo que somos
el futuro de nuestra condición.
Esta noche, el viento cerca inquieto
mi ventana, mi insomnio, mi esperanza,
como lobo estepario de un destino
que me aguarda en el bosque más profundo.
Pero yo no le temo. Nada puede
temer quien nada tiene, quien nada
espera tener, apenas tiempo:
calor en los inviernos impacientes,
en los cortos veranos, sólo sombra.
Y la digna memoria
que esta noche presiento
bajo nieve dormida,
sobre otra nieve eterna.
NOCTURNO DE NUEVA INGLATERRA
Toda una historia, un alma se te muestran
Ahí, y las piensas hermosas,
Hechas de recatada confianza en lo sabido,
De respeto sin miedo en lo ignorado,
Viendo tratar así los pobre muertos
que recuerdo impotente son tan sólo.
(Luis Cernuda)
Oigo el rumor del viento restregarse
contra los abedules y los arces,
en esta noche oscura, desolada,
noche de insomnio lejos de mi tierra.
Ha nevado de nuevo y habrá nieve
mañana. Siempre hay nieve dormida
sobre otra nieve muerta en primavera,
en esta primavera de otro mundo.
El viento arrastra ruidos del pasado,
melancólicas voces que no atiendo
como ayer atendí. Me inunda en cambio
un dulce olor a rama de canela
y a madera de arce perfumada.
Bajo los álamos que escoltan mi ventana
hay nieve, sí, pero también memoria,
memoria que es desvelo de los vivos:
el cementerio extiende sus leyendas
desde mi casa hasta la barranquera.
Mañana, cuando la noche ya no esté,
no sea la noche oscura ni temida,
ascenderé la cuesta del silencio
entre las tumbas frías y serenas.
Inmóviles, debajo de la nieve,
más allá de las noches y los días,
las tumbas nos señalan lo que somos
el futuro de nuestra condición.
Esta noche, el viento cerca inquieto
mi ventana, mi insomnio, mi esperanza,
como lobo estepario de un destino
que me aguarda en el bosque más profundo.
Pero yo no le temo. Nada puede
temer quien nada tiene, quien nada
espera tener, apenas tiempo:
calor en los inviernos impacientes,
en los cortos veranos, sólo sombra.
Y la digna memoria
que esta noche presiento
bajo nieve dormida,
sobre otra nieve eterna.
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